Fuego y nieve. Los Pirineos son fallas. A los dos lados de sus vertientes nace una tradición compartida y que renace de sus cenizas en cada noche de San Juan. Esta tradición ha sido puesto en valor en los últimos años como acontecimiento cultural y turístico declarado Patrimonio Inmaterial de la Humanidad por la UNESCO.
Aunque existen distintas escenografías e interpretaciones en cada una de las localidades, el foco central reside en la celebración del solsticio de verano, la noche más corta del año, coincidiendo con la festividad de San Juan. En una rito ancestral, los pobladores pirenaicos conectan el fuego que quema el pasado con la tierra y su comunidad que el paso del tiempo no ha logrado apagar sus ascuas.
En el municipio las fallas más renombradas ocurren en Laspaúles, Villarrué y Suils. El encendido de la hoguera en un tozal, punto alto sobre la población, deriva en la bajada al núcleo de casas en un camino iluminado por las fallas hechas anteriormente por cada casa en una tradición heredada de padre a hijos, de abuelos a nietos. La hierba seca se impregna de la llama para encender la noche en una danza que desemboca en una celebración alrededor del fuego que reposa manso en la plaza donde se suceden los bailes, la petición de deseos y la cena popular de hermanamiento con la que se da la bienvenida al verano.